"La verdadera felicidad consiste en hacer
el bien"
Para Aristóteles, el sendero hacia el bienestar se
encuentra en el arte de obrar bien. En esta afirmación, así como en muchas
otras, se revela que para este ilustre filósofo griego, la virtud y la
honestidad son los cimientos esenciales de la existencia humana y de la
sociedad.
La vida siempre te brinda la ocasión de mostrar
tu esencia a través de tus actos, y de manera inesperada, un día te sorprenderá
al presentarte a la persona que te ofrecerá la oportunidad de demostrar quién
eres realmente.
Una tarde, me encontraba sentada cerca de la avenida
principal, recién salida del trabajo, y decidí tomar un momento para descansar.
Mientras disfrutaba de ese instante, leía unos mensajes que me habían enviado
mis hermanas, cuando de repente fui interrumpida por una señora de aproximadamente
70 años, delgada y con un aspecto algo descuidado.
La señora, con una sonrisa radiante, me saludó y me
preguntó dónde se encontraba el supermercado. Con gusto le respondí que estaba
justo detrás de nosotros. Le indiqué el camino que debía seguir para llegar
fácilmente, pero ella me miró y me preguntó si podía acompañarla. Sin dudarlo,
acepté con alegría.
Empezamos a caminar hacia el supermercado cuando, de pronto, me dijo: "Tú tienes el don del amor y debes agradecer a Dios por ello". Sus palabras me sorprendieron, pues era la primera vez que alguien me decía algo tan profundo. Le pregunté de dónde venía, y me contó que era de Thiene, una ciudad que se encuentra a unos 14 kilómetros de allí.
Al llegar al supermercado, la señora comenzó a
recoger lo que necesitaba y yo la acompañé pacientemente. Luego, al ir a la
caja para pagar, se dio cuenta de que no tenía dinero. Le dije que no había
problema, que yo lo pagaría. Ella insistió en que me lo devolvería, pero le
aseguré que no era necesario, que para mí estaba bien así.
Después de eso, la acompañé a la parada del autobús que la llevaría a Thiene. Sin embargo, al llegar, vimos que el autobús estaba partiendo, y tendría que esperar otros cuarenta y cinco minutos para el siguiente.
Ella mencionó que quería llegar a tiempo para ir a la iglesia; si
debía esperar, no podría asistir a misa. Así que me ofrecí a llevarla a Thiene
para que llegara a tiempo.
Era una mujer muy creyente y devota, algo que admiré
profundamente. Noté que, a pesar de su aspecto sencillo, emanaba una energía de
paz y armonía. La acompañé con gusto hasta Thiene y me alegró poder ayudarla,
demostrando que hay personas dispuestas a hacer el bien sin esperar nada a
cambio, llevando el amor en su corazón.
Hasta hoy, al recordar este acontecimiento —donde
doné mi dinero, mi tiempo y gasolina para llevar a esta señora— no siento
molestia alguna por haber hecho algo sin esperar retribución. Así es la
generosidad: dar desinteresadamente. Cada vez que rememoro este acto, me llena
de paz y alegría, pues a través de él pude demostrarle a Dios mi amor, ya que
la manera más hermosa de mostrarle a Dios que lo amas es a través de acciones
hacia los demás.
Existe una creencia popular que sostiene que si haces algo por alguien, esa persona debe devolverte el favor. Cuando esto no ocurre, pueden surgir resentimientos.
Esto es común en el entorno familiar,
entre amistades y en el ámbito laboral, donde muchas personas alimentan
rencores por no recibir una retribución por sus actos.
Hoy en día, hay una gran separación entre los seres humanos por el deseo de ser recompensados por sus acciones. Este pensamiento puede causar dolor y división. El ser humano a menudo siente la necesidad de ser reconocido por sus buenos actos, como si la valía de sus acciones dependiera de algún tipo de retribución.
Sin embargo, siempre hay un motivo más
profundo en nuestras almas para actuar, y cuando ese motivo surge del amor,
florece la luz crística dentro de nosotros.
Es crucial enseñar a nuestros hijos sobre la
generosidad y la importancia de dar sin esperar nada a cambio. De esta manera,
les ahorramos el sufrimiento de resentimientos y rencores, ayudándoles a
enfrentar una sociedad que a menudo es egoísta y fría. Si los niños crecen con
una base sólida de generosidad, estarán mejor equipados para evitar conflictos
derivados de la falta de reconocimiento.
Aristóteles destaca que se aprende a ser bueno siéndolo, se aprende a ser virtuoso ejercitándose en estos hábitos, se aprende a ser amigo teniendo amigos, se aprende a buscar el bien común practicando el operar por ese bien.
Es común escuchar a los adultos lamentarse: "Yo hice esto por él y no me devolvió el favor". Los niños, al observar a los adultos, tienden a replicar este comportamiento, sin darse cuenta de que también debemos aprender a dar sin esperar reconocimiento.
Hay una frase que
dice: "Soy más feliz dando que recibiendo", y es una realidad. La
satisfacción que se siente al colaborar y ayudar sin esperar nada a cambio es
inmensa, porque el ser humano está hecho para amar.
Muchos creen que ayudar a alguien proviene de una necesidad de sentirse útil, pero lo que realmente nos motiva es el deseo de dar amor.
Esta distinción es fundamental; confundir la necesidad de ser útil con el deseo de dar amor puede llevar a malentendidos.
Todos llevamos dentro de
nosotros un anhelo innato de amor, pues fuimos creados por un ser que es puro
amor.
Para Aristóteles, el amor es la voluntad de querer para alguien lo que se piensa que es bueno; es amigo quien ama y es, a su vez amado, porque los amigos deben estar mutuamente en esta disposición; el amigo es quien se alegra con los bienes de su amigo y se entristece con sus penas.
Maria G.
Extracto de mi libro: Una vida de perdón
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