¿Qué es lo más espantoso que puede ocurrirle a una niña que aún está en el vientre de su madre?
Una pequeñita que ansía ser rodeada de amor, cariño, alegría e ilusión. Todos los hijos sueñan con ese recibimiento.
La niña espera que la reciban con los brazos abiertos y los ojos llenos de brillo e ilusión de unos padres que le darán una bienvenida llena de alegría.
Suena como un cuento de hadas, pero ese cuento se convierte en una historia de terror, que casi termina acabando con la vida de una inocente criatura en manos de su propio padre.
Las palabras que escuché una tarde cualquiera de mi propia madre son de aquellas que ningún hijo desearía oír.
Con su tono frío, comenzó a relatarme lo que ocurrió en una tarde, cuando aún faltaban unos meses para mi nacimiento.
Aquella tarde, mi padre se alistaba para salir, creando una excusa para visitar a algunos amigos. Sin embargo, la realidad era muy distinta.
Sus verdaderas intenciones eran encontrarse con otra mujer, pero mi madre había comprendido sus planes. Por ello, decidió acompañarlo con la intención de frustrar sus intentos.
Mi madre no tenía la menor idea que despertaria el enojo más horrible por parte de mi padre. Mi padre enojado sale de la casa con la intención de salir en el carro sin mi madre pero ella lo persiguió tratando de evitar que se subiera al carro.
Esto solo hizo enojar aún más a mi padre. Desahogo todo su enojo empujando a mi madre cayendo sin remedio al piso.
En ese mismo instante mi padre lleno de ira enciende el carro con la intención de pasarle por encima a mi madre embarazada que aún estaba tendida en el suelo.
Los vecinos habían escuchado los gritos de mi madre y se apresuraron a evitar la trágica muerte de dos seres inocentes, víctimas de la ira de un hombre sediento de sexo, aquellas ganas de sexo que casi cobran la vida de dos personas.
Gracias a la ayuda de unos vecinos hoy puedo estar aquí escribiendo estas líneas y compartir mi historia con la intención de inspirar y ayudar aquellas personas que hoy puedan estar sufriendo por alguna herida que aún no han podido reconocer.
Luego de terminar de escuchar las palabras de mi madre me he quedado en silencio ante tan inesperada y desagradable revelación.
Pero a mi madre no le fue suficiente aquella revelación, ella tenía algo más que decir. Me dio el golpe de gracia agregando otra revelación igualmente devastante y dolorosa.
Luego de un silencio, mi madre agregó,
- tu padre se enojó mucho cuando supo que yo estaba embarazada de ti
Ese fue el día elegido para hacerme sentir la persona menos especial del mundo. No me tarde mucho tiempo en comprender lo poco especial o amada que fui por mis padres, sobre todo de mi propio padre.
¿Cómo se puede sentir un ser humano al descubrir que su padre se enojó por su llegada al mundo? Se esperaría que una de las personas que más debería amarte, en este caso tu padre, sintiera amor por ti.
En lugar de manifestar alegría, solo mostró enojo. Mi nacimiento, en lugar de ser motivo de felicidad, le generó frustración. ¿Acaso no pudo experimentar, aunque fuera por un instante, un poco de alegría? ¿Olvidó que él también fue parte de mi creación?
El regalo más hermoso que un padre puede otorgar a un hijo es hacerle sentir amado. Por otro lado, el gesto más doloroso que un padre puede ofrecer es el desprecio y la falta de amor hacia un hijo que, en algún momento, fue concebido por amor o simplemente por placer. Independientemente de la razón, cada niño merece ser amado, valorado y apreciado.
Esta experiencia traumática tuvo un impacto profundamente negativo en mi vida. Crecí con la percepción de que no me querían, sintiéndome no amada, desprotegida, no valorada y no apreciada. Esta vivencia generó en mí una serie de creencias negativas que provocaron un gran dolor y sufrimiento.
Pasé muchos años sufriendo y siendo prisionera de las creencias que surgieron de esa experiencia negativa, la cual marcó mi vida de manera indeleble. Cuando uno no siente el amor de sus padres, busca inconscientemente la validación de otras personas para confirmar que merece ser valorado y apreciado. Sin embargo, cuando aquellos a quienes anhelamos que nos reconozcan no pueden ofrecer lo que deseamos y en consecuencia experimentamos un profundo sufrimiento.
Se siente como si varias cuchilladas penetraran en el alma y llora y clama de dolor y desesperación, ya que nadie puede aliviar ese sufrimiento interno a menos que tengamos el valor de reconocer que debemos confrontar esa herida y llevarla a la luz para sanar y liberarnos de un tormento casi eterno.
¿Puedes imaginar lo miserable que me sentí al saber que no fui una hija deseada?
A menudo he reflexionado sobre si hubiera preferido ser adoptada por una familia que pudiera brindarme el amor, la atención y la protección que mis padres no lograron ofrecerme. Creo firmemente que todo ser humano merece experimentar amor y ser valorado.
Cuando tenía la oportunidad de observar a familias que esperaban con alegría y entusiasmo la llegada de un hijo, a menudo me preguntaba por qué mis padres no me brindaron ese mismo afecto.
Pensaba en lo afortunados que eran esos niños de contar con padres tan dedicados, que mostraban un amor y una devoción tan hermosos, sentimientos que yo nunca experimenté por parte de los míos.
El sentimiento de ser amada me fue negado de muchas maneras, y en numerosas ocasiones me sentí transparente e insignificante, como si no valiera nada.
Ahora que tengo una hija de ocho años, me esfuerzo por asegurarme de que nunca le falte la certeza de que es muy amada. Se lo repito cada día: “Mami te ama, mami te ama mucho, mami te adora”. Considero que es fundamental para el desarrollo emocional de los hijos sentirse amados, valorados, apreciados y escuchados.
No es el éxito profesional lo que garantiza la felicidad de los hijos; más bien, una sólida demostración de afecto puede contribuir a que sean emocionalmente más estables. Y donde hay estabilidad emocional, hay felicidad.
Los traumas de la infancia pueden destruir la vida adulta de un niño que no ha sentido amor ni aprecio.
Agradezco a Dios por haber podido sanar mis heridas de la infancia y superar los traumas derivados del intento de asesinato por parte de mi padre, y sobre todo, haber encontrado en mi corazón el perdón hacia mi padre por haber intentado acabar con mi vida de manera tan despiadada y cruel.
Perdonar a mi padre representa un acto de amor incondicional, tanto hacia él como hacia Dios, a quien venero profundamente y deseo mantener una conexión profunda.
Para estar cerca de Dios, es esencial practicar el perdón, ya que a través de este gesto, ofrezco un voto de amor, y donde hay amor, Dios siempre está presente.
Dios es la esencia del amor, y para acercarnos a Él, es fundamental vibrar en esa misma frecuencia. Si una persona permanece atrapada en sentimientos de odio y rencor, sin darse cuenta, se aleja de Dios, quien reside en la energía del amor. Alejarse del odio y del rencor es, por lo tanto, necesario, ya que ambas emociones son opuestas al amor.
Mi padre cometió un grave error al traer al mundo a una niña indefensa sin considerar las consecuencias de sus instintos. Sin embargo, no soy quien para juzgarlo ni criticarlo; su experiencia puede servir de lección para muchos hombres que, lamentablemente, puedan repetir el mismo patrón de irresponsabilidad al traer hijos a este mundo.
Cuando llevo a mi hija Isabella a la escuela, observo a padres que demuestran amor y dedicación al acompañar a sus hijos. Me llama especialmente la atención un padre que lleva a su hija de la mano; admiro su dedicación y amor. Esa niña es afortunada de contar con un padre que la ama tanto.
Muchos de estos niños no son conscientes de la suerte que tienen al recibir el amor devoto de sus padres, quienes están dispuestos a hacer cualquier cosa por ellos.
Admiro profundamente a aquellos hombres que asumen con responsabilidad la paternidad y que, en lugar de considerar la opción de interrumpir la vida de una criatura inocente, eligen traerla al mundo con amor.
Siempre miro con admiración a esos padres que, en silencio, me inspiran a pensar: "¡Qué genial eres, papá!" y una sonrisa se dibuja en mi rostro.
Agradezco a Dios por ayudarme a superar este dolor y trauma que casi ahogaban mi alma.
Hoy vivo con serenidad, mirando mi pasado con amor, perdón y aceptación. Recuerdo a mi padre con perdón y compasión, deseando que Dios también se compadezca de él y le conceda un lugar cercano a Su presencia, pues Dios es misericordioso y nos ama a pesar de nuestros defectos y errores.
También he escrito una canción para destacar la importancia de perdonar porque el perdón nos acerca a Dios.
La canción se titula: Perdonar por amor a ti
Maria G.
Extracto de mi libro: Una vida de perdón
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