La mujer del
perro
Todos atravesamos días de luz y sombras, y a menudo,
esos instantes de malestar los descargamos sobre quienes menos lo merecen. Las
tribulaciones cotidianas pueden llevar a las almas a enfrentar un torrente de
emociones negativas, que se reflejan en sus actos y palabras.
Un domingo por
la tarde, decidí llevar a mi hija a explorar un mercado de antigüedades en el
corazón de la ciudad de Vicenza.
Disfrutar de la observación de colecciones antiguas
puede resultar fascinante, sin necesidad de adquirir objetos superfluos. No es
preciso acumular en nuestros hogares lo que no necesitamos. He optado por un
estilo de vida minimalista, tanto en mi hogar como en mi vestimenta y
alimentación. Apoyo fervientemente la noción de que menos es más. Una vida sencilla siempre será más ligera y, sin duda,
más relajada.
Este mercado
rebosaba de reliquias coleccionables que despertaron en mí preguntas y
reflexiones que antes no había contemplado. No tiene sentido acumular objetos
inertes y poco útiles que solo ocupen espacio, quedando atrapados en el polvo,
sin saber al menos a quién pertenecieron y qué historias guardan en su esencia.
Después de
recorrer algunos pasillos, decidimos regresar a casa, y mientras avanzábamos
serenamente, nos topamos con una situación algo peculiar.
En una esquina de la calle, una señora se encontraba
agachada, recogiendo algo que parecía chocolate, acompañada de un perro de gran
tamaño. Mis ojos curiosos se posaron sobre ella, cuando de repente, se volteó y
me miró con ojos desbordantes de ira y enojo.
Las palabras que brotaron de su boca me sorprendieron.
"¿Qué estás mirando?" No sabía qué me asombraba más: su pregunta o la
furia reflejada en su mirada. Necesité unos segundos para responder a su
inesperada interrogante. Con un tono calmado, le respondí: "Estoy en un
lugar público y puedo mirar donde quiera." Ella insistía en que no debía
observarla.
Le señalé que había otras personas que pasaban y
también miraban, y a ellos no les decía nada. Además, le mencioné que si tenía
algún problema, podía llamar a la policía, y si no lo hacía, yo podría hacerlo.
Entonces, ella me dijo: "Regrésate de donde viniste." Al escuchar mi
forma de hablar, comprendió que era extranjera y decidió aprovecharse de eso
para atacarme. Le dije que era una racista y que debería avergonzarse de tal
actitud. Tras intercambiar esas palabras, decidí seguir mi camino, pues era
inútil dialogar con alguien tan llena de rabia. Al continuar, noté que a unos
200 metros había dos patrullas de policía. Me giré para ver si la señora aún estaba
allí, pero había desaparecido. Quizás temía que yo fuera a hablar con la
policía, pero no tenía intención de hacerlo, ya que sabía que no había hecho
nada malo.
Puedo comprender que la señora se encontraba
preocupada o triste debido a la enfermedad de su perro, y por ello la vi allí,
limpiando lo que parecía ser chocolate. Siento su malestar, pero esto no
justifica que deba desahogarse conmigo y dirigirse a mí de esa manera.
Entiendo que en momentos de dolor y frustración, las
personas pueden expresar su malestar a través de sus palabras. Esta experiencia
puede llevarnos a sentirnos ofendidos o incluso rabia, pero al aprender a
observar desde un lugar más elevado, uno se da cuenta de que todo sucede por
una razón.
Muchos podrían limitarse a juzgar y criticar el
comportamiento de esta persona, que fue ciertamente inapropiado. Sin embargo,
detrás de esa conducta había un ser humano completamente infeliz, cuya rabia,
preocupación y angustia por su perro la llevaron a actuar así.
Ofrezco mi comprensión, reconociendo que esta mujer
actuó desde un lugar de dolor, y en esos estados, a menudo no podemos mostrar
lo mejor de nosotros, sino lo peor. Elijo compadecerme de su sufrimiento y
perdonarla por su comportamiento inadecuado.
Juzgarla no tiene sentido, pues si elijo hacerlo, me
quedaré con el enojo y la rabia que conlleva.
En cambio, si
opto por la comprensión, podré liberarme de esos sentimientos negativos. Así,
protejo mi estado emocional y no permito que una experiencia desagradable me
afecte, ya que tengo la capacidad de transformar lo negativo en positivo mirando la situación
desde un lugar de amor y comprensión.
Con un poco de amor las cosas pueden cambiar de color,
con un poco de amor se puede evitar el dolor, con un poco de amor se puede
evitar la rabia, con un poco de amor se puede evitar el rencor, con un poco de
amor podemos evitar la separación y la enemistad. Si tuviera la oportunidad de
volver a encontrarme con esta señora, seguramente estaría dispuesta a ayudarla
a encontrar un poco más de felicidad. Juzgar a los demás nos sitúa en un lugar
de desamor, exponiéndonos a generar emociones negativas que afectan nuestro
bienestar.
“Cuando juzgas pierdes”
Al juzgar, siempre perderás. Tu ser se sumerge en un
océano de emociones negativas al criticar y emitir juicios sobre los hechos.
Así, tu estado emocional se ve afectado de manera adversa, y el malestar de la
crítica te acompañará hasta que tu cuerpo logre restaurar su equilibrio
natural. Tu organismo pierde energía y recursos valiosos que podrían ser
destinados a funciones vitales. El enojo que brota al juzgar a otros es una
carga que tu ser debe soportar, a menos que decidas quedarte atrapado en el
resentimiento, en cuyo caso cada recuerdo del agravio revivirá la emoción
negativa, obligando a tu cuerpo a invertir nuevamente energía en su
restauración. Muchos desconocen las consecuencias de juzgar y se dejan llevar
como hojas arrastradas por las olas del mar, quedando atrapados en un círculo
vicioso de rabia y, a menudo, resentimiento.
“Cuando amas,
ganas”
En cambio, al amar, siempre emerge la victoria. Al
optar por la comprensión, entiendes que cada acción lleva consigo una
motivación que a menudo trasciende lo que podemos comprender. Es vital mirar
más allá para desentrañar las acciones erradas de los demás. Cuando una persona
está invadida por emociones negativas, los errores se hacen evidentes.
La persona, dominada por estos sentimientos, pierde la capacidad de razonar y actúa según su estado emocional, que puede incluir rabia, tristeza e incluso vergüenza.
Este cóctel de emociones puede llevar a comportamientos y expresiones
inapropiadas, similar a un individuo embriagado, incapaz de mantener una
conducta adecuada. Tanto la persona embriagada como la que está enojada sufren
consecuencias negativas, expuestas a pronunciar palabras y a comportamientos
inadecuados. Te invito a que, si te hallas en una situación donde te sientas
humillado o insultado, recuerdes que la otra persona está "borracha"
de sus emociones negativas, lo que le impide comportarse adecuadamente. Elige
observar la situación desde un plano elevado de comprensión, donde no te veas
afectado emocionalmente.
Opta por el amor en lugar del juicio y recuerda que el
amor y la compasión siempre te guiarán hacia el sendero de la felicidad.
Demuestra el ser amoroso que habita en ti en cada
situación y conviértete en un embajador del amor, impregnando cada palabra,
cada gesto y cada acción con esa energía radiante. Así, tu esencia vibrará en
armonía, ya que a través de tus actos amorosos te nutres energéticamente de las
emociones positivas que brotan de cada acto de amor.
Por muy
sencillo que parezca, cada gesto cuenta y deja una huella mágica en los
corazones de los demás. Imagina que el simple acto de ofrecer una sonrisa a un
desconocido puede tener un impacto más poderoso de lo que jamás hubieras podido
imaginar. A través de tu resplandeciente sonrisa, has creado una chispa de alegría
en quien la recibe, y ese pequeño gesto puede transformar su día, elevando su
estado de ánimo. Así, se forma un efecto dominó, donde otros también se
benefician de la luz positiva irradiada por aquella persona que ha sido tocada
por tu hermosa sonrisa.
“Todos
podemos ser embajadores del amor y tener un impacto positivo en la vida de los
demás”
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