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sábado, 25 de enero de 2025

La mujer y el perro


 

La mujer del perro


Todos atravesamos días de luz y sombras, y a menudo, esos instantes de malestar los descargamos sobre quienes menos lo merecen. Las tribulaciones cotidianas pueden llevar a las almas a enfrentar un torrente de emociones negativas, que se reflejan en sus actos y palabras.

 Un domingo por la tarde, decidí llevar a mi hija a explorar un mercado de antigüedades en el corazón de la ciudad de Vicenza.

Disfrutar de la observación de colecciones antiguas puede resultar fascinante, sin necesidad de adquirir objetos superfluos. No es preciso acumular en nuestros hogares lo que no necesitamos. He optado por un estilo de vida minimalista, tanto en mi hogar como en mi vestimenta y alimentación. Apoyo fervientemente la noción de que menos es más. Una vida  sencilla siempre será más ligera y, sin duda, más relajada.

 Este mercado rebosaba de reliquias coleccionables que despertaron en mí preguntas y reflexiones que antes no había contemplado. No tiene sentido acumular objetos inertes y poco útiles que solo ocupen espacio, quedando atrapados en el polvo, sin saber al menos a quién pertenecieron y qué historias guardan en su esencia.

 Después de recorrer algunos pasillos, decidimos regresar a casa, y mientras avanzábamos serenamente, nos topamos con una situación algo peculiar.

En una esquina de la calle, una señora se encontraba agachada, recogiendo algo que parecía chocolate, acompañada de un perro de gran tamaño. Mis ojos curiosos se posaron sobre ella, cuando de repente, se volteó y me miró con ojos desbordantes de ira y enojo.

Las palabras que brotaron de su boca me sorprendieron. "¿Qué estás mirando?" No sabía qué me asombraba más: su pregunta o la furia reflejada en su mirada. Necesité unos segundos para responder a su inesperada interrogante. Con un tono calmado, le respondí: "Estoy en un lugar público y puedo mirar donde quiera." Ella insistía en que no debía observarla.

Le señalé que había otras personas que pasaban y también miraban, y a ellos no les decía nada. Además, le mencioné que si tenía algún problema, podía llamar a la policía, y si no lo hacía, yo podría hacerlo. Entonces, ella me dijo: "Regrésate de donde viniste." Al escuchar mi forma de hablar, comprendió que era extranjera y decidió aprovecharse de eso para atacarme. Le dije que era una racista y que debería avergonzarse de tal actitud. Tras intercambiar esas palabras, decidí seguir mi camino, pues era inútil dialogar con alguien tan llena de rabia. Al continuar, noté que a unos 200 metros había dos patrullas de policía. Me giré para ver si la señora aún estaba allí, pero había desaparecido. Quizás temía que yo fuera a hablar con la policía, pero no tenía intención de hacerlo, ya que sabía que no había hecho nada malo.

Puedo comprender que la señora se encontraba preocupada o triste debido a la enfermedad de su perro, y por ello la vi allí, limpiando lo que parecía ser chocolate. Siento su malestar, pero esto no justifica que deba desahogarse conmigo y dirigirse a mí de esa manera.

Entiendo que en momentos de dolor y frustración, las personas pueden expresar su malestar a través de sus palabras. Esta experiencia puede llevarnos a sentirnos ofendidos o incluso rabia, pero al aprender a observar desde un lugar más elevado, uno se da cuenta de que todo sucede por una razón.

Muchos podrían limitarse a juzgar y criticar el comportamiento de esta persona, que fue ciertamente inapropiado. Sin embargo, detrás de esa conducta había un ser humano completamente infeliz, cuya rabia, preocupación y angustia por su perro la llevaron a actuar así.

Ofrezco mi comprensión, reconociendo que esta mujer actuó desde un lugar de dolor, y en esos estados, a menudo no podemos mostrar lo mejor de nosotros, sino lo peor. Elijo compadecerme de su sufrimiento y perdonarla por su comportamiento inadecuado.

Juzgarla no tiene sentido, pues si elijo hacerlo, me quedaré con el enojo y la rabia que conlleva.

 En cambio, si opto por la comprensión, podré liberarme de esos sentimientos negativos. Así, protejo mi estado emocional y no permito que una experiencia desagradable me afecte, ya que tengo la capacidad de transformar  lo negativo en positivo mirando la situación desde un lugar de  amor y comprensión.

Con un poco de amor las cosas pueden cambiar de color, con un poco de amor se puede evitar el dolor, con un poco de amor se puede evitar la rabia, con un poco de amor se puede evitar el rencor, con un poco de amor podemos evitar la separación y la enemistad. Si tuviera la oportunidad de volver a encontrarme con esta señora, seguramente estaría dispuesta a ayudarla a encontrar un poco más de felicidad. Juzgar a los demás nos sitúa en un lugar de desamor, exponiéndonos a generar emociones negativas que afectan nuestro bienestar.

“Cuando juzgas pierdes”

Al juzgar, siempre perderás. Tu ser se sumerge en un océano de emociones negativas al criticar y emitir juicios sobre los hechos. Así, tu estado emocional se ve afectado de manera adversa, y el malestar de la crítica te acompañará hasta que tu cuerpo logre restaurar su equilibrio natural. Tu organismo pierde energía y recursos valiosos que podrían ser destinados a funciones vitales. El enojo que brota al juzgar a otros es una carga que tu ser debe soportar, a menos que decidas quedarte atrapado en el resentimiento, en cuyo caso cada recuerdo del agravio revivirá la emoción negativa, obligando a tu cuerpo a invertir nuevamente energía en su restauración. Muchos desconocen las consecuencias de juzgar y se dejan llevar como hojas arrastradas por las olas del mar, quedando atrapados en un círculo vicioso de rabia y, a menudo, resentimiento.

 “Cuando amas, ganas”

En cambio, al amar, siempre emerge la victoria. Al optar por la comprensión, entiendes que cada acción lleva consigo una motivación que a menudo trasciende lo que podemos comprender. Es vital mirar más allá para desentrañar las acciones erradas de los demás. Cuando una persona está invadida por emociones negativas, los errores se hacen evidentes.

 La persona, dominada por estos sentimientos, pierde la capacidad de razonar y actúa según su estado emocional, que puede incluir rabia, tristeza e incluso vergüenza. 

Este cóctel de emociones puede llevar a comportamientos y expresiones inapropiadas, similar a un individuo embriagado, incapaz de mantener una conducta adecuada. Tanto la persona embriagada como la que está enojada sufren consecuencias negativas, expuestas a pronunciar palabras y a comportamientos inadecuados. Te invito a que, si te hallas en una situación donde te sientas humillado o insultado, recuerdes que la otra persona está "borracha" de sus emociones negativas, lo que le impide comportarse adecuadamente. Elige observar la situación desde un plano elevado de comprensión, donde no te veas afectado emocionalmente.

Opta por el amor en lugar del juicio y recuerda que el amor y la compasión siempre te guiarán hacia el sendero de la felicidad.

Demuestra el ser amoroso que habita en ti en cada situación y conviértete en un embajador del amor, impregnando cada palabra, cada gesto y cada acción con esa energía radiante. Así, tu esencia vibrará en armonía, ya que a través de tus actos amorosos te nutres energéticamente de las emociones positivas que brotan de cada acto de amor.

 Por muy sencillo que parezca, cada gesto cuenta y deja una huella mágica en los corazones de los demás. Imagina que el simple acto de ofrecer una sonrisa a un desconocido puede tener un impacto más poderoso de lo que jamás hubieras podido imaginar. A través de tu resplandeciente sonrisa, has creado una chispa de alegría en quien la recibe, y ese pequeño gesto puede transformar su día, elevando su estado de ánimo. Así, se forma un efecto dominó, donde otros también se benefician de la luz positiva irradiada por aquella persona que ha sido tocada por tu hermosa sonrisa.

 

“Todos podemos ser embajadores del amor y tener un impacto positivo en la vida de los demás”


 Maria G.

Extracto de mi libro: Una vida de perdón

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