El dinero que nunca recibí
En la actualidad, la sociedad nos está conduciendo por
un camino de destrucción, y lo más alarmante es que lo estamos permitiendo. El
dinero, considerado el arma más destructiva del planeta, ha llevado a la
devastación de naciones enteras y nos enfrenta a la amenaza de que, en el
futuro, pueda ser la causa de otra destrucción histórica sin precedentes. Este
recurso, que necesitamos para satisfacer nuestras necesidades básicas y
asegurar un lugar donde vivir, se ha transformado en un arma de doble filo.
La raíz de este
problema radica en la incapacidad del ser humano para establecer límites en
relación con el significado del dinero en sus vidas. La publicidad, difundida a
través de diversos medios de comunicación y redes sociales, desempeña un papel
crucial en este dilema contemporáneo. Muchos han sucumbido a la trampa de una
sociedad que define la felicidad en términos monetarios. Sin embargo, esta
trampa trasciende la influencia de la sociedad o de los círculos familiares.
Lo más preocupante es que la humanidad parece ignorar
las consecuencias fatales que pueden surgir si continúan otorgando al dinero un
lugar inapropiado en sus vidas.
El dinero ha sido el causante de innumerables rupturas
familiares, divorcios masivos, enemistades, odios y rencores, así como de
guerras, masacres y actos vergonzosos ante la mirada divina. He observado que
el dinero está adquiriendo cada vez más poder y, en medio de su feroz
influencia, está provocando una considerable destrucción en las relaciones
humanas.
Al salir de casa, me tomo un momento para observar los
rostros de las personas y, en ocasiones, tengo la oportunidad de escuchar
conversaciones breves. En cada diálogo, el tema del dinero surge
inevitablemente como causa de discusiones, separaciones, descontento, tristeza,
sufrimiento, desesperación y preocupación en numerosas familias.
Las personas se encuentran en una búsqueda frenética
de más y más dinero, sin detenerse a cuestionar las razones detrás de este
anhelo ni si realmente lo necesitan. En la sociedad actual, la falta de
ambición puede llevar a que alguien sea considerado un fracasado.
Muchos sienten la presión social de correr de un lado
a otro en pos del dinero; si uno no participa en esta carrera, puede ser
etiquetado como alguien sin aspiraciones. No se debe cruzar la delgada línea
que separa a quienes tienen aspiraciones de aquellos que saben vivir y fluir en
el presente.
Definir la felicidad en función del dinero puede
llevar a una debilidad personal, ya que condiciona nuestra satisfacción. Esto
implica que, si no poseemos una cantidad suficiente de dinero, podríamos caer
en la infelicidad, lo que resulta en una felicidad limitada y dependiente de
factores externos. Es sorprendente cuántas millones de personas continúan
trabajando por dinero que ni siquiera necesitan, atrapadas en un concepto
erróneo acerca de su valor. Esta percepción errónea puede llevar a un estado de
esclavitud del cual les resulta difícil liberarse.
En mi experiencia, la relación que tengo con el dinero
me ha proporcionado calma y tranquilidad, ya que lo percibo de manera
diferente. Considero el dinero como una herramienta esencial para la
supervivencia y para satisfacer nuestras necesidades básicas, lo cual nos
permite mantener o alcanzar una vida digna que todos los seres humanos merecen.
A mis 44 años, jamás he cruzado ese límite; he
mantenido siempre esa visión sobre el dinero y, gracias a ello, he podido
experimentar un estado de paz y armonía que de otro modo sería inalcanzable. El
verdadero problema con el dinero surgen cuando se le otorga una importancia
excesiva. Muchas personas están dispuestas a hacer sacrificios extremos para
adquirirlo, lo que da lugar a disputas, discusiones, rencores y divisiones
entre familias, parejas, amigos y otros.
La clave está en aprender a vivir y fluir en el
presente, sin permitir que el dinero defina nuestra felicidad.
He enseñado a mi hija la verdadera importancia del
dinero, para que no se convierta en una esclava de él. Gracias a esta
educación, ella tiene un concepto más elevado del dinero, lo que le permitirá
vivir en un estado de paz y armonía, y seguramente le ahorrará muchos
conflictos y momentos difíciles innecesarios provocados por cuestiones
financieras.
¿Te has preguntado qué relación mantienes con el
dinero? ¿Has educado a tus hijos sobre su manejo? ¿Cuál es su verdadero valor?
La ambición puede ser una compañera engañosa, ya que
puede llevarte a un estado de ansiedad, preocupación e insatisfacción,
torturándote a lo largo de tu vida. Desde pequeña, he escuchado a muchas
personas hablar sobre la ambición, enfatizando su importancia para construir un
futuro exitoso. Sin embargo, me pregunto: ¿qué significa realmente el éxito?
He observado que algunas personas, en su búsqueda del
éxito, se convierten en esclavas del dinero. Dedicando sus vidas a trabajar por
dinero, descuidan la posibilidad de disfrutar de una existencia plena,
convirtiendo al dinero en su jefe. Considero que el verdadero éxito radica en
alcanzar un estado de bienestar personal. Muchos confunden el éxito con la
felicidad, creyendo que, al alcanzar exito, también obtendrán felicidad.
Sin embargo, ¿cuántas personas se encuentran ahora en
la cima del éxito, pero se sienten infelices al mismo tiempo?
Muchos padres han cometido el error de hablar a sus hijos de ser ambiciosos
sin darse cuenta que allí es donde puede estar su verdadera perdición y
condenarse a vivir una vida de miseria. Quién busca la felicidad en el
dinero solo encontrará la miseria espiritual y nunca se sentirá completo al
contrario seguirá buscando ese algo que lo llene sin darse cuenta que mientras
más persiga el dinero más vacío se sentirá.
Hubo una ocasión en la que un familiar muy cercano me pidió prestado una
cantidad de dinero. Mi manera simple y austera de vivir me permitió siempre
tener un poco de dinero en el bolsillo dándome así la oportunidad de prestar mi
dinero a mis familiares cercanos y amistades.
En esos días había un familiar cercano que necesitaba dinero y se acercó a
mí pidiéndome un poco de dinero prestado el cual yo sin ningún tipo de
problemas acepté.
Luego de efectuar el préstamo pasó un buen tiempo. Nunca me interesé en
saber cuando se me iba a entregar el dinero, siempre fui muy desapegada
del dinero pero al mismo tiempo nunca me faltó.
Luego de un tiempo este familiar cercano empezó a comportarse de manera
diferente conmigo.Empezó a regalarme zapatillas, ropas y comida, estaba
muy sorprendida porque esta persona no era egoísta pero tampoco puedo decir que
era de regalar así por así las cosas.
Su comportamiento me sorprendió, pero al mismo tiempo
me alegró, ya que a todos nos gustan los regalos. Un día me dijo: "Mira,
estas zapatillas son para ti", y al siguiente, "Tengo un dulce para
ti". Este gesto continuó durante varios días. Para mi sorpresa, un día
descubrí la verdadera razón detrás de su generosidad y amabilidad hacia mí.
Una tarde, me entregó una lista que contenía todos los
obsequios que me había hecho, afirmando que así había saldado la deuda que
tenía conmigo. En esa lista figuraban los regalos que creía recibía de manera
altruista, junto con el precio de cada uno, sumando un total que supuestamente
correspondía a lo que ella debía pagarme en efectivo, pero lo había hecho a su
manera. Naturalmente, me quedé sin palabras. No podía creer lo que me había
dicho; era casi como una burla y lo consideré una falta de respeto e irresponsabilidad.
Durante un tiempo, pensé que sus gestos generosos eran
manifestaciones de cariño y afecto, solo para darme cuenta de que había tramado
todo para devolverme la deuda de la manera más conveniente para ella. Lo más
apropiado habría sido que me preguntara si realmente deseaba recibir el dinero
a través de esos regalos o si prefería el efectivo. Sin embargo, no se tomó la
molestia de consultarme sobre cómo quería que se saldara su deuda.
Esta persona se tomó la libertad de decidir cómo
quería compensarme, y lo más sorprendente es que yo no le cuestioné en
absoluto.
Esta experiencia resalta la importancia de tener un
concepto claro sobre el dinero; si hubiera sido una persona que otorga gran
relevancia al dinero, probablemente me habría molestado con este familiar
cercano, y quizás la situación habría derivado en una discusión, la cual pude
evitar gracias a mi perspectiva sobre el tema.
Imaginemos cómo podría haber evolucionado la situación
si esta persona me hubiera ofrecido regalos en lugar de efectivo como forma de
pago.
Si hubiera insistido en recibir el dinero en efectivo,
¿cómo habría podido resolver el conflicto? Ya contaba con los zapatos que me
había dado y había consumido la comida, lo que complicaba las cosas, ya que
ella no deseaba obsequiarme los artículos, sino simplemente compensarme de esa
manera.
Hubiera sido casi imposible que ella me pagara en efectivo, ya que habría tenido darme sus regalos sin razón alguna. Dudo que ella estuviera dispuesta a ofrecerme el dinero después de haberme hecho esos obsequios; incluso si se lo hubiera solicitado, no creo que hubiera accedido a hacerlo.
El dinero no debería separar a las personas ni generar
rencor o enojo entre ellas. Su propósito es satisfacer nuestras necesidades, y
más allá de eso, su valor es limitado. El problema surge cuando otorgamos al
dinero una importancia que supera su verdadero significado.
Cuanto más apego se tiene al dinero, mayor es la
posibilidad de caer en conductas deshonestas. Esto se debe a que quienes están
excesivamente atados al dinero enfrentan un conflicto interno, en el que su
ansia por obtenerlo puede llevarles a actuar de manera poco ética.
En mi propia experiencia, la relación que he cultivado
con el dinero me ha permitido evitar conflictos que podrían haber provocado
malestar entre las partes involucradas. Hay una frase que dice que debemos
saber elegir nuestras batallas, y esta era una contienda que no tenía sentido
para mí, a pesar de que la acción en cuestión no fue moralmente correcta. Al
escribir estas líneas, recuerdo el incidente y puedo afirmar que he perdonado
un acto que, aunque pequeño, resultó significativo.
No se trata solo de dinero; también implica la manera
en que actuamos ante quienes nos han prestado una suma, sin la intención de
devolverla de la misma manera en que fue otorgada. Más allá de lo monetario, se
trata de ser personas coherentes y honestas.
En ningún momento se me pasó por la mente iniciar una discusión por
este comportamiento irresponsable de su parte.
En ningún momento
consideré iniciar una discusión sobre su comportamiento irresponsable. Tanto mi
ser querido como yo hemos demostrado quiénes somos a través de nuestras
acciones, y aunque hemos cometido errores humanos, estos merecen ser
perdonados.
¿Quién puede
afirmar que nunca ha cometido un error en su vida? Todos hemos fallado en algún
momento, y es precisamente por ello que debemos ser comprensivos y pacientes
ante los errores de los demás.
A través de esta experiencia pude confirmar que el dinero no es mi
prioridad porque las relaciones humanas valen mucho más.
“Las posesiones que atesoras
no definen tu esencia. ¡Tu auténtico valor resplandece desde lo más profundo de
tu interior”
Maria G.
Extracto del libro: Una vida de perdón
Otros capítulos,
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