La Biblia nos enseña que la verdadera amistad va más allá de la mera compañía. Es una relación marcada por la lealtad, el amor, la honestidad y el apoyo en los momentos difíciles.
Proverbios 18:24 nos recuerda que existen amigos más fieles que un hermano, destacando el valor incalculable de una amistad genuina.
Los regalos representan un símbolo de afecto y amor hacia un ser querido. No importa si provienen de un amigo, un familiar o una pareja sentimental; este gesto es siempre bien recibido y valorado. Sin embargo, en ocasiones, este mismo gesto puede generar conflictos en las relaciones humanas.
Recuerdo a un amigo que era casi como parte de mi familia; era una persona muy amable y sencilla. Cuando pasaba frente a su casa lo saludaba con gran aprecio.
Una tarde, al pasar frente a su casa, lo vi trabajando en su huerto. Me detuve un momento para saludarlo y durante nuestra conversación sobre los trabajos que el tenía aun pendientes, me ofreció regalarme algunas papas.
Agradecí el gesto, pero le mencioné que estaba bien así y no acepté las papas. Sin embargo, él insistió en que quería dármelas, y al final, accedí a aceptarlas. Observé cómo se dirigió a seleccionar las batatas, que estaban cerca de donde hablábamos.
Él tenía dos canastas: una contenía batatas grandes y gruesas, mientras que la otra tenía batatas pequeñas y delgadas. Noté que se dirigió directamente a la canasta con las batatas pequeñas.
En ese momento, no supe qué decir al ver lo que estaba ocurriendo. En mi país, las batatas pequeñas y delgadas se suelen dar a los cerdos para que las consuman, y mi amigo me las estaba ofreciendo a mí. Me sentí ofendida al darme cuenta de que eligió las batatas menos apetitosas, a pesar de que había opciones más grandes y mejores disponibles en la otra canasta.
Decidí quedarme en silencio y regresar a casa con las papas pequeñas y flacas. Por un momento, intenté cocinarlas, pero al observar su tamaño, me pareció que ni siquiera valían la pena. Regresé donde mi amigo y le pregunté por qué me había dado estas patatas en lugar de las más grandes, dando la impresión de que quería deshacerse de ellas.
En lugar de disculparse, él se ofendió y aparentemente se enojó. Le pregunté si ya no quería seguir siendo mi amigo, con la intención de medir el grado de su enojo. Su respuesta me sorprendió: me dijo que era mejor que no le hablara más. Tuve que respetar su decisión y dejar de comunicarme con él.
Estaba convencido de que su acción no había sido inapropiada, aunque en ese momento yo no lo comprendía así porque para mi había sido muy ofensivo.
Ahora entiendo que, a menudo, las personas hablan o actúan de cierta manera sin intención de ofender. Mi amigo, al regalarme las papas delgadas, pensaba que estaba siendo amable, sin imaginar que mi reacción sería diferente y que podría interpretarlo como una ofensa. Cualquiera que observe su gesto podría sentirse ofendido, pero si profundizamos en la situación, podemos darle otro enfoque y no tomarlo de manera personal.
Al reflexionar sobre sus acciones y palabras, me doy cuenta de que su intención no era ofenderme al ofrecerme esas papas. Estoy segura de que no quería que me sintiera como un contenedor de desechos para lo que él consideraba inservible. Esta experiencia me ha enseñado la importancia de observar las acciones y palabras de los demás para comprender si realmente buscan herirnos.
Es fundamental reconocer que muchas veces actuamos de manera tan natural que no podemos imaginar que lo que hacemos puede ser ofensivo para otros. Estoy convencida de que este amigo, que siempre ha sido gentil y respetuoso conmigo, no tenía ninguna intención de ofenderme al ofrecerme esas papas.
Para discernir si una persona actúa con la intención de ofender, debemos evaluar su carácter y valores. Si es alguien que siempre ha mostrado amabilidad y respeto, es probable que sus acciones no busquen herirnos, sino que reflejan su naturaleza genuina.
En el caso de mi amigo, puedo afirmar que siempre ha sido respetuoso y amable y en su ofrecimiento de esas pequeñas papas no tenía la intención de hacerme sentir mal, porque eso no corresponde a su personalidad; no es alguien que disfrute causar malestar a los demás.
El poder observar la situación desde una perspectiva más elevada me permite liberarme de sentimientos como el odio, el rencor o el resentimiento que podrían surgir de esta experiencia.
He reflexionado profundamente sobre sus acciones y, sobre todo, sobre su personalidad, que no coincide con esos comportamientos que podrían resultar ofensivos. Al analizar más a fondo, comprendo que su intención no era ofenderme, ya que ofender a los demás no es parte de su carácter. Conozco a esta persona desde hace muchos años y nunca ha herido a nadie, ni ha insultado o humillado a alguien.
Si has experimentado algo similar con alguien que te ha ofendido, te animo a reflexionar sobre sus acciones y palabras, así como sobre su personalidad. Pregúntate si el modo en que te trató es representativo de su carácter, si ha actuado de la misma manera con otros y si su intención realmente era ofenderte.
Si llegas a la conclusión de que no fue así, trata de no tomar las cosas de forma personal y busca olvidar y perdonar lo que podría haber sido ofensivo, recordando que, en el fondo, la verdadera intención no era herirte.
Es fundamental recordar que los errores son parte de la experiencia humana y que debemos cultivar la paciencia y la tolerancia hacia los errores de los demás para llevar una vida más plena y serena.
Los errores de los demás pueden definir su ubicación en el "tren" de la vida, en el que todos viajamos juntos, aunque no todos ocupemos el mismo lugar. Los vagones del tren tienen asientos en la parte delantera, en el medio y en la parte trasera. Aquellos que se sientan en los vagones delanteros son quienes han adquirido mayor sabiduría espiritual a través de sus experiencias.
Por otro lado, los pasajeros en los vagones del medio y trasero son quienes aún necesitan trabajar en su desarrollo personal para evolucionar espiritualmente y ocupar el vagón delantero.
Por ello, es esencial tener paciencia con aquellos que se encuentran en los vagones traseros, ya que son personas que todavía deben realizar un trabajo interno para superar sus errores y elevarse espiritualmente. Aquellos que ocupan los vagones delanteros, habiendo superado sus propias experiencias, mirarán a estos pasajeros con compasión y sin rencor.
Todos estamos en este mundo viviendo la maravillosa experiencia de la vida humana, con el propósito de elevar nuestra conciencia, despertar nuestro máximo potencial y vibrar a una frecuencia cada vez más elevada de amor.
El Señor dijo: “Debéis perdonaros los unos a los otros; pues el que no perdona las ofensas de su hermano, queda condenado ante el Señor, porque en él permanece el mayor pecado. Yo, el Señor, perdonaré a quien sea mi voluntad perdonar, mas a vosotros os es requerido perdonar a todos los hombres” (D. y C. 64:9–10).
En Mateo 6:12, Jesús nos enseñó a orar, 'Perdóna nuestras deudas como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores'. Él dejó claro que la oferta de perdón de Dios es inseparable de nuestra disposición a perdonar a los demás.
Jesús nos llama a perdonar no solo por la salud de nuestra comunidad, sino también por nuestro propio beneficio. Cuando la falta de perdón echa raíces, produce resentimiento. Y como dice el viejo refrán, "el resentimiento es como beber veneno y esperar que la otra persona muera".
La paciencia y la tolerancia son elementos fundamentales que debemos llevar en nuestra mochila durante este extraordinario viaje. No olvides que el amor siempre te conducirá a un lugar de serenidad y te acercará cada vez más a Dios, nuestro creador.
Maria G.
Extracto de mi libro: Una vida de perdón
Cancion sobre el perdon: Elijo perdonar
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