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sábado, 18 de enero de 2025

La amiga celosa


 

La amiga celosa 

La amistad, en su esencia más pura, no necesita ser perfecta. Ninguna relación social alcanza esa idealización; las relaciones familiares, laborales, e incluso entre amigos, son un reflejo de nuestra humanidad.

La vida, en su generosidad, te brinda la oportunidad de conocer a almas extraordinarias con las que se puede forjar un lazo profundo y de confianza. Al mismo tiempo, también presenta encuentros con quienes revelan nuestras sombras, convirtiéndose en vitales complementos para nuestro crecimiento espiritual. Una amistad no debe ser impecable para ser valiosa y hermosa. En cada interacción humana, la paciencia y la tolerancia hacia los defectos ajenos son esenciales. Ciertas situaciones demandan una precaución especial, pues existen amistades disfrazadas.

Una amistad disfrazada es aquella en la que alguien finge ser tu amigo, aunque en su interior no lo sienta así. A menudo, esto ocurre porque la persona carece del valor para confesar su falta de interés en establecer una conexión sincera. Numerosos factores pueden obstaculizar el florecimiento de una amistad auténtica entre dos o más individuos.

 

En este relato, deseo evocar uno de los factores que marcaron mi vida junto a una persona con quien compartía un profundo afecto y una conexión singular. Tristemente, lo que pudo haber sido el hilo dorado de nuestra hermosa amistad se vio desgastado por los celos. Todo comenzó como un mágico amanecer, solo para transformarse luego en una total penumbra. Esta cautivadora experiencia tuvo lugar en una casa familiar donde inicié un nuevo capítulo laboral.

 El lugar, repleto de naturaleza, me encantaba, y me maravillaba todo lo que mis ojos podían apreciar. Fue allí donde conocí a una hermosa mujer de ojos azules, cuya belleza casi podía compararse con la de un ángel. Con rapidez, forjé un lazo con ella; compartía sus inquietudes, preocupaciones, dolor y tristeza conmigo. Era imposible no encariñarse, pues en sus ojos brillaba la esencia pura de su alma.

Aparentemente, todo marchaba de maravilla en aquel trabajo, y me sentía afortunada de haber cruzado caminos con alguien tan extraordinario. Sin embargo, una mañana, el destino dio un giro, y la ilusión que albergaba se desmoronó ante mis ojos. Apenas llevaba unos días en aquel lugar y ya había forjado lazos con cada uno de sus habitantes. Mis ojos, que antes resplandecían de ilusión, se apagaron en la tristeza y el dolor.

 

Sorpresivamente, una mañana recibí la noticia de que ese día sería el último que trabajaría en aquel lugar. Todo me tomó por sorpresa, sin darme el tiempo de reflexionar sobre el motivo de tales eventos. ¿Por qué, si estaba tan ilusionada con ese trabajo, debía abandonarlo? Al llegar a casa, me pregunté si había dado todo de mí, pero quizás no fue suficiente.

Esa mañana, me despedí llorando de mi querida amiga. Le entregué mi número de teléfono, deseando que continuáramos en contacto, pero sorpresivamente, me quede esperando sin recibir ninguna noticia de ella.

Me pareció extraño, pues estaba casi segura de que entre nosotras había una amistad digna de perdurar. El tiempo, en su sabiduría, coloca cada cosa en su sitio, y la verdad, tarde o temprano, reclamaria su lugar.

Algunas cuestiones quedaron en el aire, con dudas sin respuesta que me acompañaron por un largo tiempo. Quizá hubo señales sutiles que no supe interpretar. Recuerdo que una vez ella me preguntó por qué me vestía de esa manera  y  tomó mi pantalón  con un gesto incomodo y lo lanzó, diciendo: "Así, con este pantalón."

Yo le dije y le respondí: ¿qué tiene de malo si las otras también se visten igual, con el mismo pantalón? Me preguntaba por qué se hacía un problema por el pantalón cuando las demás lo llevaban puesto. No le di mucha importancia a su actitud, pero más tarde esa sería la clave para entender lo que sucedió en aquel lugar. Pasó más de un año antes de que se me presentara la oportunidad de regresar a trabajar allí. El tiempo es sabio y revela lo que no puede permanecer oculto. Recuerdo aquella tarde cuando volví a ese lugar y pude reencontrarme con mi querida amiga; para mi sorpresa, no reaccionó como yo esperaba. Cuando finalmente vi a mi amiga, le dije con gran alegría: "¡Regresé a trabajar aquí!" Al escuchar mis palabras, su rostro se tornó serio, como si hubiera recibido una mala noticia.

Ella no estaba feliz de verme, y no entendía el motivo de su extraño comportamiento. Ella era mi amiga, y sentía un profundo cariño por ella, pero al ver su actitud, me quedé completamente congelada y sorprendida por su frialdad y distancia. Su comportamiento me estaba enviando un mensaje que aún no había logrado descifrar.

Un nuevo suceso extraño se perfilaba en el horizonte, y sería este acontecimiento el que desvelaría la verdad oculta de lo que realmente estaba sucediendo.

Al día siguiente, recibí una llamada que me reveló que esta noble alma había decidido renunciar a su empleo. No creo que haya sido mera casualidad que ella optara por dejar su puesto precisamente después de enterarse de que yo regresaría a trabajar allí. Todas las señales apuntaban a que su corazón ardía con celos.

Ella experimentaba incomodidad al escuchar a su esposo hablar de mí. Puedo comprender perfectamente su desasosiego al oír a su pareja mencionar tanto mi nombre. Es una reacción humanamente comprensible, pero a la vez desconcertante. Una vez más, he perdido a una amiga, y esta vez no ha sido por el temor que me arrebató a la otra, sino por los celos que han desgarrado mi vínculo con esta gran amiga. Un enigma que aún no he logrado desentrañar.

Ella no soportó la idea de que yo regresara a trabajar a aquel lugar y tener que quizás revivir la misma experiencia del pasado y escuchar a su esposo hablar de mí. 

Mi repentina salida de aquel lugar fue provocada por ella; ella era la causante de que me obligaran a abandonar aquel espacio. Los sentimientos de celos son un tormento que atormenta a cualquier ser humano, y yo puedo empatizar con quienes lo sufren, comprendiendo el calvario que atraviesan. Es doloroso saber que aquella amiga a la que tanto quisiste, a quien escuchaste con amor y afecto, sea la razón de mi salida de un trabajo que tanto me apasionaba. Podría ser sencillo dejarse llevar por la ira, pero me lleno de compasión, me envuelvo en comprensión. No puedo afirmar que ella sea una mala persona por sus acciones; simplemente fue una víctima de las tempestades que puede desatar una persona consumida por los celos.

Creo que nadie anhela vivir en el tormento que los celos traen consigo, pues estos, cual sombras inquietantes, nos arrebatan la paz. Yo elijo transformar esa posible rabia y frustración en compasión hacia aquella amiga querida, quien se vio atrapada por su propio veneno. He pagado, en efecto, el precio de esos celos, los cuales me arrebataron el trabajo que tanto amaba. Hoy, al escribir estas líneas y recordar todo lo sucedido, me embarga una profunda sensación de paz y tranquilidad, ya que en todo momento actué con buena fe, sin intención de causar daño, sino todo lo contrario. Siento un inmenso agradecimiento hacia aquella familia que me brindó la oportunidad de trabajar con ellos. Aunque solo fueron unos pocos días, su impacto en mi corazón es perdurable. A cada uno de ellos les tomé un gran cariño, un afecto que persiste hasta hoy, pues no solo es cariño, sino también respeto y admiración. Admiro a esta familia, pues siempre me trataron con dignidad y cortesía, algo que el dinero no puede comprar. El respeto es una huella impresa en el alma, una joya que no puede ser adquirida; esta familia, con su gentileza, siempre será recordada con gratitud por la forma en que me trataron.

Esta historia parece sacada de novelas, ¿no crees? A menudo pensamos que estos sucesos solo habitan en películas o relatos literarios, pero son narrativas que se entrelazan en nuestra vida cotidiana. Muchas personas, atrapadas en situaciones como estas, llevan consigo cicatrices que marcan su existencia, dejando corazones rotos y, en el peor de los casos, un profundo rencor y rabia que arde en su interior. En mi caso, quizás lo que ocurrió fue injusto, pero tras esa injusticia había una alma que buscaba liberarse de un tormento que la consumía, y eso está bien.

Comprendo que su intención no fue maliciosa; simplemente anhelaba despojarse del sufrimiento que la atormentaba, y para ello, yo debía ser eliminada de su vida. La vida siempre nos ofrece la elección entre el bien y el mal, entre el odio y el amor, entre el rencor y la compasión. No permitiré que una experiencia negativa, donde aquella a quien consideraba amiga me dio la espalda, me inunde de rencor. Seguramente su acción no fue justa, pero tampoco es equitativo que yo me llene de resentimiento hacia ella. Se necesita mucho amor y compasión para enfrentar situaciones así, sin dejar que el odio y el rencor despierten en nuestro ser. Juzgarla no serviría de nada; el verdadero enemigo son los celos, que la llevaron a actuar de esa manera.

 Ella, en realidad, es buena, pero fue víctima de la temible y destructiva naturaleza de los celos. Los celos arruinaron esta hermosa amistad que tanto valoraba. He perdonado a este ser humano excepcional; no la condenaré por sus actos, pues no soy quien para juzgar sus decisiones. Me aferraré a la parte hermosa que vi en ella: esa gran mujer dulce, trabajadora, llena de ilusiones y sueños por delante, esa maravillosa mujer de ojos azules que siempre brillarían en mi memoria.

Maria G.

Extracto de mi libro: Una vida de perdón

 

 

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